jueves, 3 de febrero de 2011

REFLEXIÓN

Solamente uno mismo oye las voces interiores que le dictan lo que debe hacer y al no poder discutir con ellas y no comentarlo con nadie, da por hecho que por imperativo eso es lo mejor para él. La discusión interna crea un conflicto del cual no suele salir nada bueno, es la valentía de querer afrontarlo la que nos invita a comentarlo con la gente que nos rodea aunque esa valentía primero tiene que luchar con la vergüenza para poderse expresar. Entonces entra el miedo al qué dirán, o al ¿me comprenderán?
Acto seguido viene esa tan temida decisión desencadenante de esa mala gestión interior. Y viene ese demonio que nos hace hundirnos más en la pena.
En la mayoría de ocasiones la familia no percibe ese riesgo, aunque vea un cambio en la persona, todo se achaca a un cambio de humor y se piensa que ya le pasará.
Normalmente, no se le pasa. No sin ayuda.